Tumbada cicatriz, de Iván Onia
El poeta desciende hacia la propia y personal concepción de su decir poético, para delimitar su oficio. Y lo hace prescindiendo de cualquier alamar pretencioso, desechando la servidumbre de las imágenes como vano horizonte estético y centrando su discurso en el relieve de la palabra poética. Una textura en la que se reafirma, “Hoy me desperté inhóspita, terriblemente poeta, / toda una suerte de imágenes que se repiten/ desde el fondo vencido de la casa;/ el tintineo de la cuchara en el café/ o estas voces que se consumen sobre el presente”.
En Tumbada cicatriz, transversal aproximación, engloba y aglutina temas como el paso del tiempo y la custodia de su huella, “nunca olvidarás que alguna vez fui un muchacho/ y mi amor caminaba sobre los flacos símbolos/ con una sencillez que nunca más conocimos”; el amor y la evocación cinematográfica, “¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces? / Cuánto tiempo hasta que has aparecido/ detrás del piano con los ojos tristes/ y la intacta dulzura entre los dientes”; la literatura y el camino paralelo que descubre nuestra existencia, “Para que me sobrevivan mis libros,/ al caudal de muerte e incertidumbre,/ necesito un buen hijo que los ame/ y sienta también la necesidad/ extrema de que a él le sobrevivan, / a su caudal de muerte e incertidumbre” o el espacio reflexivo de la acción y e pensamiento “Es cierto, mis pies huyen,/ pero no reconocen el círculo”.
Ivan Onia se distancia de los perfiles anecdóticos y se adentra con decisión y arrojo en la metapoesía, para abonar su resonancia de tonos y ritmos en los que experimenta para alcanzar una voz personal.
La metáfora que titula el poemario, a modo de epitafio, enmarca la soledad que asiste al poeta en su creación y al hombre en su destino último, “Tumbada cicatriz. Tan sólo déjate/ lamer los lomos por los mil silencios/ que sobrevengan cuando no quedemos/ o este lápiz no sepa en qué posarse/ abriendo la granada de los días”.
Iván Onia
El veneno por la literatura y más concretamente por la poesía y los libros se lo inoculó en el Instituto Luis Cernuda, el profesor D. Tomás del Campo Abón allá por año 1997, ya por entonces tuvo un par de contactos con la publicación de poesía gracias a un segundo premio en el certamen anual del instituto y su posterior publicación en la revista Perfil del aire, que organizaba el departamento de Lengua y Literatura. Algún año más tarde quiso cursar Filología Hispánica, pero finalmente estudió y se licenció en Pedagogía en el año 2006 por la Universidad de Sevilla.
Hasta la Feria del libro de Sevilla del año 2009, sus contactos con los movimientos de la poesía que se hacía y publicaba en su ciudad eran nulos, se dedicaba a escribir de espaldas al mundo y a recoger algunos poemas en publicaciones propias para hacer llegar su verso a los amigos y familiares que tenían a bien leerle.
En el año 2009 fue finalista del Plumier de Versos V, certamen organizado por la editorial Nuño y su palabra fue recogida a modo de antología en el libro homónimo que editó Nuño Editorial, llevando de esta forma su voz a diferentes espacios de la ciudad y poniendo en contacto su labor con la de otros poetas. Por otra parte administra desde hace más de un año el blog personal http://laspuntasdeltiempo.blogspot.com/ dedicado en su mayoría a recoger poemas propios y ajenos sin una pretensión que vaya más allá de la palabra y la estética.
Cree que en el respeto por la Palabra y en el trabajo nudo a nudo, igual que el cestero construye sus cestas, sobre el que se asienta uno de los pilares de su labor poética. Si bien se trata de un respeto mutuo al que ha logrado llegar después de infinidad de desesperaciones y papeles arrugados, la palabra y él. El otro pilar básico de esta ingeniería de cicatrices es el Tiempo y todo lo que conlleva su vorágine, el porvenir (“te llaman porvenir porque no vienes nunca” Ángel González), el presente inaprensible y sobre todo el pasado y el tizne amarillo que deja en los dedos.
“Como todos los jóvenes yo también vine a llevarme la vida por delante, pero a diferencia del genial Gil de Biedma, siempre he sido consciente de que el tiempo deja esqueletos en la cama y hay que sacudir las sábanas a diario. La obsesión, acrecentada con mis lecturas de poetas que, como yo, veían en el paso del almanaque una amenaza inexorable, me llevaron a levantar un museo con aquellas cosas que se pierden en el camino para no volver. Hay aristas de acero en esos pasajes de la vida que se fueron y, al querer asirlos, resbalan cortándonos las manos, de modo que sólo hallé en el verso la máquina capaz de recolectar todo aquello, si bien no para que hiciera menos daño, sí para hacerlo más bello y susceptible de ser colocado en estanterías. De modo que poco a poco fui rellenando los anaqueles con la arcilla de la memoria, leí a poetas que me enseñaron sus pequeños museos y me mostraron las endecasílabas jaulas donde metían, para más seguridad, su voz y su palabra, me abandoné a la desnudez de la idea y al brillo de la metáfora y quise dejar constancia de mi virtud en cada poema que llegaba al final con la sentencia firme del que pareciera, de nuevo, mi poema definitivo”.
Pueden contactar con el autor a través de la dirección electrónica: onia80@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenido sea tu comentario.
Seas quien seas.