sábado, 7 de mayo de 2011

Juan Frau





Juan Frau (Extracto del prologo de Travesía)

Palabras desde el muelle de la bahía.
Todo compañero de temporales sabe que la tempestad nos obliga a ensanchar el pecho, y que incluso entre los náufragos hay categorías. Por un lado está el náufrago ortodoxo, que se embarca y sufre como contingencia final el hundimiento de la nave. Pasado el tiempo es rescatado y devuelto a puerto seguro, pero suele reincidir. En la otra parte tenemos al náufrago irremisible y sin perdón de Dios; variedad que naufraga al no tomar el barco. Es una especie triste y anodina que no llega a parte alguna.
De ahí que hayamos resuelto partir, pese a que la nave, "selva errante deslizada", no parece capaz de llevarnos a donde queremos, sino más bien propicia a la zozobra. Probablemente no encontremos un tesoro, pero acaso tracemos un rumbo nuestro, siquiera momentáneo.

Juan Frau poeta salvaje de esta 8va sesión del gabinete , demuestra que sus escritos van más allá de lo establecido, domesticado, controlado, el constante cambio que proporciona su travesía es el eje principal de su motor, regalándonos a cada instante nuevos aires en alta mar.

La poesía de Frau es lirica con contrastes Enérgicos y profundos , que hacen viajar a caminos inolvidables del sentir, del palpar con la emoción en las reminiscencias del corazón.

La opinión popular suele decir: ‘’El buen artista es el que transmite, el que revoluciona, el que mueve por dentro el halito de lo olvidado’’ para unir, para ahondar… para embellecernos la vida por dentro y por fuera .La revolución del sentimiento sólo es capaz de ser conducida por un verdadero artista que posee la virtud de producirla sin intención sólo con la inusitada pasión que le proporciona su propia alma.

En este evento del gabinete salvaje del 12 de Mayo en el Perro Andaluz , disfrutaremos de Juan Frau que no dejará indiferente a los salvajes y no salvajes de toda índole .


DELAYED
(Desde el dique seco)
Tengo las alas; sólo necesito,
para volar, un cielo
-no digo un paraíso: digo un cielo-,
preciso de una altura razonable
y de un fondo infinito como dos ojos grises
o casi verde miel: así de hondo,
así de prado abierto y estampida de ciervos.
Nada más desolado que unas alas inmóviles,
dobladas contra el techo: ángulo muerto;
caricias no sembradas por el aire
gris, verde, miel, profundo...,
tristeza silenciosa. Hay otras cosas
tristes, muy tristes, rematadamente
tristes, pero no más
que el silencio que exhalan unas alas sin vuelo.
Yo necesito un cielo. Tengo alas
y un impulso tomado desde antiguo...
pero no es suficiente.
Suelo, techo y paredes -piedra, cárcel-
aprietan firme, y siento al otro lado
el prado, el mar; el viento:
lo infinito negado; y necesito
una ventana abierta, una puerta sin llave...
Quién sabe si mañana.



AFIRMACIÓN

Estuve aquí. Estaba cuando el viento
todavía era brisa y no tormenta.
Parece que una vez, en otra vida,
todo -el paso, la flecha, la mirada-
dibujaba una línea clara y recta.

Estoy aquí. Concreta como un miércoles
a las dos de la tarde y diez minutos.
Las columnas del templo
juntan aún la piedra y la elegancia
en la doble misión de sostenerlo todo y afirmarse.

Estoy aquí; la rúbrica
gira constante, imprevisiblemente,
pero siempre termina, en su anarquía,
por dar la forma exacta de mi nombre.
A UN NOMBRE EXTRAVIADO EN EL CAMINO

Ya no tengo tu nombre,
lo he perdido,
y ahora
no sé cómo te llamas; no lo encuentro
por los bolsillos, ni en mi calendario,
ni en el aire estancado en las cortinas;
recuerdo algunas letras, pero no sé en qué orden
debo juntarlas; sigo, por lo tanto,
buscándolo, y remuevo
los muebles, la memoria, los zapatos, me asomo
debajo de la cama, y al espejo, y al mundo
que envejece detrás de la ventana.
Tu nombre no aparece.

Lo noté esta mañana, viendo el álbum de fotos;
cada objeto tenía su palabra:
árbol, torre, turista, nube, cielo,
pero tú sólo eras un pronombre,
apenas eras ella:
blusa azul de tirantes, bolso, gafas
de sol, sonrisa, pantalones cortos...
y ella,
y tú,
y cómo te llamabas,
y cómo la llamaba cuando lo hacía en vano,
cuando no respondías, cuando estaba tan lejos
como ahora lo estáis.

No es que quiera llamarte, bien sabemos
que no queda un minuto en los relojes
que rompimos, es sólo
que me gusta saber dónde pongo las cosas,
que no me quiero dar contra tu nombre un día
en el momento menos indicado,
y que noto un vacío escandaloso
en la parte más triste de la lengua:
donde estaba tu nombre tengo un hueco sombrío
que duele cuando va a cambiar el tiempo,
que avisa cuando llega la estación de las lluvias
y asegura una noche interminable
de pupilas clavadas en lo oscuro.

(Publicado en la antología Alzar el vuelo)

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